Lex Hermae

Ego, Prisca, me ordinem sodalesque fideliter adiuvare me vivo hac re iuro.

dissabte, 29 de novembre del 2014

La costilla de Caín, de Miguel ángel Moreno

 
 
 
Sin duda, una de las mejores novelas que me he leído últimamente. 
 
Tiene de todo: amor, aventuras, misterio, terror, leyendas... y sobre todo mucha, mucha sorpresa. Me ha mantenido en vilo durante toda su lectura, siendo un escrito muy equilibrado con las dosis de información que da y las escenas de acción. La historia está muy bien ligada, perfilada y estupendamente resuelta. Con momentazos dignos de película, muy bien descritos y envolventes.

Me ha encantado la ambientación, como ya se ha comentado, me recuerda muchísimo a Lovecraft y Arthur Conan Doyle y, sobre todo... ¡parece una auténtica partida de rol!
 
Los personajes no están ahí porque sí. Son totalmente redondos, entrañables, carismáticos. El profesor Baldinger es uno de esos protagonistas que dejan huella literaria, un héroe intelectual, de mente abierta y de sangre fría que tanto nos recuerda a Sherlock Holmes y a todos esos investigadores decimonónicos. No quiero hablar de más personajes, pues prefiero que los lectores los vayan descubriendo por su cuenta, pero no puedo dejar de mencionar al padre Dantas, un personaje contundente y digno de hacerse su ficha de rol, y Raúl, tan  humano con sus descaros, su forma tan peculiar de "sobrevivir" y la curiosidad que transmite al lector.

Por mi parte, me encantaría seguir las aventuras de los personajes, así que espero que el autor no los jubile y nos siga deleitando con sus investigaciones.

dijous, 27 de novembre del 2014

Albada del viento, de Raúl Vela Larraz



Hay que saber disfrutar de cada novela, de las historias que nos cuentan, dejarse llevar por los derroteros que inventan por mucho que en un principio parezca una vereda ya caminada -leída-. ¿Por qué? porque aunque esta historia adolece de ser una copia del argumento más rocambolesco de Dan Brown, en mi humilde opinión supera a dicho escritor mediático; es más, se burla de él y además le sale bien, otorgándonos una novela divertida y cercana. ¿Qué más puede pedir un lector?

Seguimos las andanzas de Raúl y su amigo Paco que, sin saber exactamente cómo, se convierten en dipositarios de un enigma de lo más peliculero que, por supuesto, anhelan tanto las facciones secretas del Vaticano como un clandestino Cuarto Reich.

Entre las trepidantes escenas de acción más peliculeras se cuelan conversaciones de lo más bizarras y castizas entre los dos amigos, dándole un toque cercano y ridículo a una novela que pretende ser una crítica a los best-sellers que nos venden. 

Las partes históricas no son un simple añadido, sino que explican y redondean la historia principal. Es una aventura delirante, llena de clichés amalgamados de tal forma que no es una novela más del tipo, sino una perfecta parodia bien escrita, con unos protagonistas muy cercanos a nuestra realidad.
 
El único pero que le pongo... ¿qué tiene que ver el título con el contenido de la novela? Misterio misterioso...

Sin pretensiones, sin querer colarte "la novela del año" cuando no lo es, yo la he disfrutado y la recomiendo para pasar un divertido rato de lectura.


dijous, 13 de novembre del 2014

(Des)Amor propio

Más que un nuevo relato, un nuevo reto superado. 

Escribir humor es más que difícil. Es inabarcable. A diferencia de otros géneros como la ciencia ficción, el terror o la policíaca, el arte de hacer reír es demasiado subjetivo y personal como para llegar a todo el mundo. 

Si a uno le hace gracia un erupto con pedo de fondo, otro lo encontrará soez a la par que se parte de risa con un monólogo sobre algún tema de rabiosa actualidad. Y aquél que disfrute de un chiste que para otro es predecible y tedioso, seguramente se aburrirá con un intrincado juego de palabras a lo Quevedo.

Pero no hay que amilanarse. Yo no lo hago, por eso he escrito este sucedáneo de chick-lit que tiene mucho más de mí de lo que me gustaría reconocer. Pero ya puesta a confesar, al menos aclararé que no me siento identificada con la protagonista, más bien me he inspirado en mis anécdotas personales y les he dado la vuelta, las he exagerado y me he reído de mí misma. 

Autocurativo, ¿verdad?

Asunto: ¡Eric!
De: Maruji
A: Cris
¡Hola, Cris!
Qué lástima que el sábado no pudieras venirte de fiesta a Pachá Sitges, ¡fue una pasada! Conocí a Eric, un pedazo de sueco que es para que se te quite el hipo.
Es un vikingazo rubio a lo Jaime Lannister, de ojos azules como Michael Fassbender, unos labios comestibles a lo Angelina Jolie, pero en masculino, claro, un perfil que me recuerda a Heath Ledger (y no de payaso precisamente), un cuerpo que ya lo quisiera Ryan Reynolds y un culo apretado como el de Brad Pitt. ¡Hasta su nombre es vikingo! ¿A que es guapo?
Vaya… escrito así, parece un Frankenstein remendado con las piezas de Don Potato, pero ya lo conocerás, ya, porque se ha venido a mi casa unos días, y lo comprobarás con tus propios ojitos que no miento.
¡Ya quedaremos!
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Mollas
De: Maruji
A: Cris
En toda comparativa con Eric voy a salir perdiendo, Cris, y estoy un poco cansada de ir escondiendo barriga. Hago más ejercicios hipopresivos que los gurús esos flacos de la India.
Anoche estábamos los dos viendo la tele en el chaise longe, él mostrando su perfecto six-pack, yo ocultando mis seis ubres. Sí, lo que lees, porque lo mío no son michelincitos, no, tengo dos flotadores entre las tetas y la cintura que me funcionan muy bien de air-bag, formando un grotesco six-pack de grasa. Si tuviese cuatro pezones más sería una feliz cerda de pata negra, orgullosa de ser la amamantadora de unos vástagos que serán la delicia de los paladares más exigentes. Pero para mi desgracia no soy una cerda (ni literal ni figuradamente), sino una exitosa publicista que vive en el Eixample con su novio cañón sueco. Qué injusta es la vida, ¿verdad?
Creo que tengo que tomarme en serio lo del gimnasio. Pero me da tanta pereza…
¿Te apuntas conmigo?
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Pensamientos
De: Maruji
A: Cris
Ai, Cris, estoy de lo más desolada.
Creo que Eric me quiere por mi dinero. ¿Cómo lo sé? Ahora te explico:
Esta mañana, nada más levantarnos, me ha dicho lo guapa que soy. ¿Pero de qué va? Cuando he llegado al baño y me he visto en el espejo, he mirado detrás de mí a ver si venía otra chica que realmente se mereciese el piropo. No recuerdo haber invitado a nadie a un ménage à trois, y está claro que antes del café no es mi mejor momento del día. Tenía unos regueros de rímel negro por las ojeras que ni las Lágrimas negras de Bebo y el Cigala, además de llevar puesta una de las túnicas de Montserrat Caballé como camisón. Ni unas gafas del amor rosas de culo de botella podrían verme guapa.
¿Por qué me miente? ¿Tú qué crees?
Por cierto, ¿tu cuñado puede echarle un vistazo a mi portátil? El otro día Eric, tan reposado él, tiró toda una infusión de menta piperita en el teclado. Y no se le ocurrió otra cosa que achicharrarlo con mi secador de pelo, a ver si así no me daba cuenta del estropicio. Sólo le faltó ponerle algo de laca y aplicarle mechas. ¿Cómo no me voy a dar cuenta? El QWERTY está semi derretido ¿Crees que tiene salvación?
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Zumba
De: Maruji
A: Cris
Tal y como me recomendaste, me he comprado el juego de Zumba para mi Wii.
Anoche ya nos hicimos los perfiles y yo aproveché para aprender los pasos de los bailes. Hay algunos más facilitos y otros no tanto, aunque es divertido. Eso sí, ¡con el reguetón no puedo! No porque no me guste (que no me gusta) sino porque los pasos son amorfos y horribles, parecía una enferma de alguna afección nerviosa en las piernas.
Eric se ha apuntado esta mañana a hacer la clase corta nº 1, la que empieza con el Panamericano famoso. Desastroso. Era como si a Eric y a mí nos hubiese dado un tabardillo en el comedor, esto se va a convertir en el secreto de pareja mejor guardado de la historia.
La segunda canción, El Merengazo (atenta a la letra si algún día la bailas, qué temazo), fue más fácil, después de 3 veces bailándola doy por aprendida la coreografía. Otra cosa es que yo en particular quede sexy o no bailándolo… en chándal tengo el sex appeal de un gorila.
Total, hemos hecho la primera clase. Yo sudando como una gorrina, Eric impoluto (tiene la irritante habilidad de no sudar, a lo sumo un leve rubor por el descontrol danzarín), aunque se movía que se las pelaba, pobrecito mío.
Lo único bueno de todo esto es que me he dado cuenta de que Eric no es perfecto. Su belleza se compensa con su falta de ritmo, ya lo habrás notado cuando vamos de fiesta. Es como un teleñeco gigante. Sus brazos muertos moviéndose libremente no ayudan nada a mejorar los movimientos estertóricos (que no van al compás de la música ni por casualidad) a los que él llama baile. No entiendo cómo Eric practica capoeira.
Me duele todo… creo que ya empiezo a acusar las agujetas. Dicen que el azúcar va bien, ¿crees que un poquito de helado tendrá el suficiente azúcar para las agujetas?
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Wii Fit
De: Maruji
A: Cris
No sabes lo duras que son las clases de Zumba, Cris.
He decidido darme un respiro y coger el ritmo con la Wii Fit, creo que va más con mi personalidad. Pero cuando me hice mi perfil del Fit, ¡he salido con chándal! ¡Tengo sobrepeso! ¿Por qué mi Mii sale con chándal, con una sudadera de gorrito y goooorda como un ballenato? Los demás perfiles son tan delgaditos y equilibrados que me dan ganas de borrarlos a todos de la faz de la Wii, como una asesina en serie.
He empezado con los ejercicios de yoga, pero tanto inspirar y expirar me marea, parezco un globo aerostático con el rumbo perdido.
Eric dice que no estoy gorda, ¿te lo puedes creer? ¿Qué sabrá él qué es estar gordo, si en su vida ha tenido un gramo de más? Es capaz de zamparse cuatro bollos (uno por cada muela, como dice él) y lo único que pasa es que eructa como un berrueco en celo. Bueno, eso y que soy incapaz de entrar al baño después de él. Malditos metabolismos…
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Dieta
De: Maruji
A: Cris
Gracias, Cris, por aclararme mis dudas. A mí me gusta más berrueco que verraco, pero si tu diccionario lo dice así, no seré yo quien lo contradiga.
Estoy algo hundida… mi IMC está por encima de 22, el ideal, ¿el ideal de quién? Porque yo soy el ideal de Rubens y eso no me lo reconoce nadie. Incluso podría ser perfectamente la cuarta gracia, como me dijo ayer Eric.
Al menos esa báscula parlanchina me anima a continuar, pero he cambiado de monitora personal y me he puesto al entrenador de la Wii, estaba harta de su reflejo en un espejo. Odio su condescendencia, eso no me ayuda en nada.
He ido a la dietista de la que me hablaste el otro día. He empezado con sus recomendaciones de no mezclar hidratos con proteínas, pero ahora nado en un mar de dudas. ¿Qué es un champiñón? ¿Por qué las legumbres son un reino a parte? ¿Qué ha hecho mi pobre café de la mañana para merecerse tan cruel destierro? ¿Qué haré yo sin mi cervecita del sábado?
Eric se ha ofrecido para hacer de cocinero. Esta dieta va a funcionar. Todas sus comidas hacen “chof”. Sí, “chof”, da igual que sea una ensalada variada o salmón al papillote, cuando cae en el plato, “chof”, todo jugos extraños y texturas desmayadas, con lo que se me quita el hambre de repente y básicamente sobrevivo a base de frutas, como los orangutanes de Borneo.
Este sábado podemos quedar para cenar. Tú eliges: fruta o “chof”.
Kiss, kiss,
Maruji

Asunto: Adiós
De: Maruji
A: Cris
He echado a Eric de casa. Hemos roto como dos buenos amigos y nos hemos deseado lo mejor. Es que yo ya no lo soportaba más; querer estar siempre a su altura era un peligro para mi físico. No, no hablo de las dietas-milagro o clases de body-pump, lo digo por los taconazos que siempre llevaba para no parecer un tapón a su lado, ¿he dicho tacones? Mejor andamios, y unas plataformas que ni las drag queens.
El otro día iba yo toda mona, con mi nuevo vestido rojo de Mango y mis andamios gris perla, de camino al trabajo. A Eric no se le ocurre otra cosa que enviarme un whatsapp, sabiendo que soy incapaz de esperarme a leerlo. Pues bien, abro el bolso, cojo el móvil y… ¡Maruji va! Caí de rodillas delante de un mendigo, tirándole todas sus miserables monedas por las baldosas asesinas, las mismas que me han desollado las rodillas. ¡Qué bochorno! Y ya me ves a mí, con la dignidad literalmente por los suelos, caminando coja por Paseo de Gracia y con las rodillas como ni en las penitencias de Semana Santa en el pueblo.
Eric es malo para mi salud, así que, Cris, ya que te gusta tanto, te lo puedes quedar. De aquí unos meses me cuentas si has podido soportar la comparativa diaria.
Yo, al menos, prefiero ser una mujer libre de zamparme una pizza de Pizza Hut.
Kiss, kiss,
Maruji

dissabte, 1 de novembre del 2014

Nocturna



Nocturna



Sus besos carmesí humedecieron mis manos, siempre dispuestas a portar mi espada en la guerra; sus besos fundieron el hielo que almacena cada uno de mis dedos para así dar el último golpe de muerte sin remordimiento ni conciencia, para que la sangre que se derrama entre ellos no llegue a mi corazón y pueda engañarlo con las postreras súplicas de una vida que ya ha sido condenada. Pero sus besos... sus besos hechizados consiguieron bombear sangre de fénix en mi corazón de guerrero.



¿Quién era ella, sombra de noche de luna rota? ¿Acaso apareció de la fusión de lago y oscuridad? ¿O quizá no era exacta, y su verdadero semblante fuera el de la lastimera fuente que derrama su regalo a los peces y a las ortigas?



Tal vez por ello el presente de sus labios me lo ofreció a mí, un ser digno de deleitarse con los encantos ocultos que ella guardaba hasta aquel momento, el anochecer de las nubes de fuego. Pero ya no era en mis manos donde recibí su ofrenda, no, sino en mi cuello desprotegido; sin percatarme de su movimiento, silencioso, sutil, había alzado su posición y entonces, con mis manos ya libres de placer, rodeé su silueta fría y frágil de niebla.



Por un momento creí no vivir al no verla, pues debía ver para vivirla; recordé su rostro de hacía unos eternos segundos, mejillas con color de muerte, ojos sin brillo de vida, cabello oscuro que reposaba en las aguas del lago, y a pesar de todo, hermosa, tan hermosa como la oscura alcoba que contiene los antiguos secretos de familia.



Y por fin sus besos se posaron en mis labios, refrescando mi aliento efusivo. La abracé más fuerte aún, sin importarme que su cuerpo de rayo de luna pudiese partirse como una rama de sauce podrida por el agua. Ella era mía, mi esclava, tan mía como yo quisiera y hasta cuando yo decidiera. Deseaba tenerla, que me abrazase como la hiedra, y así lo hizo; sus brazos enredados de sus cabellos me aprisionaron fuerte, parecía como si su cabello también me envolviese, me abrazase, sentía su enredo en la espalda, en los brazos, en las piernas, como suaves brazos y menudas manos. Mi cuerpo quedó totalmente humedecido por aquel sinuoso y múltiple abrazo, y un temblor de debilidad consiguió hacerme abrir los ojos marchitos por el deseo.



Por todos los dioses... allí estaban ellas, todas ellas, besando mis pies, acariciando mis piernas, lamiendo mis manos, ellas, hijas de la medianoche ancestral, reptando por las aguas tranquilas mientras lloraban ínfimos cantos rodados blancos, deseosas de llegar a mí y robar mi calor humano.



Demasiado tarde me di cuenta, demasiado tarde contemplé la verdad en la inmensidad de los pozos negros de sus pupilas tristes... pues mi bella esclava no era mía, sino al contrario; ella era una reina, señora de la agonía y del fuego fatuo, dama del espejismo y del lodo, que cobraba el tributo de mi osadía apoderándose del aliento de mi vida y dejando mis despojos desfallecidos para sus siervas de alma perdida.

En ese instante de condena intenté llorar, consciente de no despertar la piedad de su corazón de piedra de río, por saberme perdido de la luz del sol, pues a partir de ahora sería un errante del crepúsculo en los pantanos lúgubres, y sólo viviría en los sueños inalcanzables. Ya no lograría llegar nunca a la torre más lejana de la más lejana montaña en busca de la doncella de cabellos de luz y rostro de esperanza... pero es que mi esperanza se convirtió en deseo, y el deseo ansió unos labios, labios que ofrecen besos carmesí...

El monte de las ánimas, de Gustavo Adolfo Bécquer

No he podido contenerme.

Esta leyenda del grandísimo Bécquer siempre me ha transmitido algo, como si su leyenda, susurrada por el viento del otoño entre los árboles del mismísimo Monte, hiciera eco en mi imaginación.

Por eso, cada año la leo en algún momento de esta noche mágica, para empaparme de la emoción, inspiración y evocación del Romanticismo.

Os invito a disfrutarla conmigo.

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
     -¡Tan pronto!
     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
     -Sí.
     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
     -No sé.... en el monte acaso.
     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.