Comienzo una nueva narración un tanto experimental por el blog, El nudoso árbol de la vida. Y digo "experimental" porque en parte tiene una base real e iré rellenando aquellos huecos que falten con datos ficticios, así que va a ser interesante la búsqueda de información, amalgamar los datos con coherencia y transcribirlos de tal manera que quien lo lea no sepa discernir qué es real y qué ficción. Más de uno se sorprendería, estoy segura, si puediera saber qué datos son reales. Como ya dice el viejo dicho, "la realidad supera la ficción", y con creces.
Iré subiendo capítulos sueltos a medida que vaya escribiendo o documentándome. ¡Me deseo suerte!
Aún le estoy dando vueltas a la cabeza.
Iré subiendo capítulos sueltos a medida que vaya escribiendo o documentándome. ¡Me deseo suerte!
Aún le estoy dando vueltas a la cabeza.
Hace apenas una semana volví a soñar con mi bisabuela Elvira. Otra vez.
El sueño, esta vez, era vívido y claro; todo lo que acontecía tenía esa lógica
interna que sólo se entiende mientras duermes, tienes fiebre o vas borracha. Una
vez despierta, me sorprendí por enésima vez de lo que recordaba
vagamente.
Yo tenía que saber. Era el mensaje primordial que mi bisabuela me daba
en el sueño. Tenía que comprender... ¿para qué? Intuí que para entender la
situación actual de mi familia, para entenderme a mí misma, para entender las
decisiones que ella tuvo que tomar en su vida... quién sabe. No lo dijo, o
quizá no lo recuerdo, pero estoy segura que esa era la intención.
Por eso volábamos por encima de su grisácea y lluviosa aldea natal, La
Aliseda de Tormes, mientras me explicaba sin prisas a quién pertenecía cada
porción de bosque asilvestrado, cada casa de piedra, qué acontecimientos se
desarrollaron en cada tramo de calle enfangada. Era un preludio pausado de la
información primordial, lo sé, era el ritmo adecuado para sumergirse sin
sobresaltos en los motivos silenciados, en los detalles escabrosos que se
esconden en el cuarto oscuro de las patatas y que nadie quiere entrar para
limpiar.
Todavía, después de una semana de esta anécdota onírica, me pregunto por
qué la bisabuela Elvira me habla en sueños de tanto en tanto desde hace apenas
dos años. Y por qué también lo hace –en menores ocasiones- la bisabuela
Josefina, la madre de mi abuela materna. Teniendo en cuenta que apenas las
conocí –ya que la bisabuela Josefina murió cuando tenía seis años y la
bisabuela Elvira cuando aún no cumplí los diez–
y tampoco tuve una relación afectiva con ellas que me marcara, no sé por
qué mientras duermo las recuerdo más que estando despierta, ya que no las echo
de menos. Qué cruel parece escrito, pero es así.
Ellas eran las típicas e inamovibles abuelas entronadas en sus
silloncitos de mimbre que esperaban la muerte enlutadas por los que ya no
estaban y viendo pasar la vida de sus descendientes sin más interacción que “es
hora de comer”, “vamos a ducharte” o “nos vamos a comprar”. De la bisabuela
Josefina recuerdo su cara redonda, su cabello blanquísimo y su silencio, sólo
un hilo de voz monótono aunque agradable y apenas audible. De la bisabuela
Elvira, su mala leche, sus insultos estrambóticos de palabrejas ya obsoletas y
su bastón de mando con el que nos alcanzaba cuando le hacíamos alguna perrería
infantil. También su mirada acuosa de un verde diluido por las cataratas,
supongo, y un hipnótico ojo ciego con el que nos observaba cuando no dormitaba.
Y su eterno pañuelo en la cabeza que protegía su apretado moño veteado en una
escala de grises.
¿Por qué ahora? ¿Por qué yo? Escruto mi mente buscando esas dudas que me
remiten a ellas, porque se supone que los sueños son las vías de escape de los
miedos, de las preocupaciones y de los problemas. Por eso he decidido recopilar
los sueños que aún recuerdo, esos encuentros oníricos pausados y naturalmente
familiares.
Pero no recuerdo nítidamente esos sueños, aunque sí guardo las
sensaciones que me produjeron. A veces sé que están muertas, pero no me asusta,
no parece importante su estado físico. Tengo la sensación de que me hablan,
sobre todo la bisabuela Elvira; otras veces, tan sólo recuerdo que han estado
conmigo, pero creo que no me han dicho nada.
Pero hay un sueño peculiar… uno del que me acuerdo vívidamente por el
impacto que me causó. Fue de los primeros en que fui consciente de la aparición
de las bisabuelas en mis sueños: una enorme mesa con toda clase de manjares al
alcance de mi mano, la bisabuela Elvira y mi abuelo materno Emilio, su hijo,
éramos los únicos elementos importantes de la escena. Mi abuelo, ejemplificando
su forma de ser en la vida de los despiertos, comenzó a zampar como un
desesperado, probando de aquí y de allá y de todo lo que su inválido cuerpo le
dejaba. Yo tuve ganas de comer algo, pero en mi interior sabía que no debía
comer de aquella mesa. “No, tú no debes”, me avisó mi bisabuela, cogiendo una
pieza de fruta, “sólo él y yo podemos comer”.
Cuando desperté, lo vi todo claro: era una metáfora de Perséfone en el
Hades, aquellos manjares eran la comida de los muertos y yo no pertenezco a él.
Entonces, ¿por qué comía mi abuelo? Por aquel tiempo creí que moriría pronto, que
aquello era un aviso de mi inconsciente para que me preparara para su partida y
mi bisabuela, su madre, venía a buscarlo o simplemente lo acompañaría al Otro
Lado, a las Tierras Lejanas, al Cielo o al Más Allá, como en las películas.
Pero mi abuelo sigue con nosotros, y de eso ya hace dos años. ¿Por qué
continúan las visitas de mis bisabuelas en sueños?
Algo se me escapa, estoy segura, alguna señal de mi inconsciente que no
acabo de entender. ¿Acaso es simple curiosidad por mi árbol genealógico, o una
memoria genética me avisa de algún asunto inconcluso de mis antepasados?
Muy bien! Un buen inicio que pinta interesante! Suerte!
ResponEliminaGracias, Jan, a ver qué derroteros toma esta historia :) .
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