El correo de Ana me ha dado que pensar. En ningún
momento me hubiese imaginado que mis bisabuelas me visitan en sueños para no
darme un susto de muerte apareciendo como fantasmas. Me imagino la situación y…
¿qué se le dice a una bisabuela muerta con la que prácticamente no has hablado
ni la recuerdas? “¡Qué agradable visita! Siéntese aquí, abuela, ¿quiere un
vasito de vino dulce para celebrar el reencuentro?”.
Bromas aparte, me empiezo a plantear muchas cosas
sobre mi carácter, sobre mi vida. ¿Hasta qué punto ha sido condicionada por las
decisiones de mis antepasados? ¿Cuánto es de real lo que me cuenta Ana y no
teorías de comehierbas y neoespiritualistas? ¿Cómo puedo yo ayudar a resolver
esos conflictos ya pasados si ni siquiera conozco qué conflictos han sucedido?
Tantos miedos, tantos tabús, tantos secretos guardados… o simplemente momentos
que no han sabido hacerse notar en las historias familiares y han pasado
desapercibidos, y que ahora quizá podrían explicar muchas cosas.
Me peleo con mi primer boceto de árbol genealógico y
después de cuadritos de texto que se mueven, fechas que no conozco, olvidos que
me hacen mover como fichas de dominó a otros familiares, veo que está cojo.
Evidente, ¿cómo no había caído hasta ahora? Toda mi rama genealógica se basa en
mi parte materna. Ausencia total de las raíces paternas. No es un pensamiento
doloroso, al menos de forma consciente, saber que mi padre renunció a mí y a mi
hermana cuando se separó de mi madre. Simplemente, es un vacío inexistente
suplido por toda la cantidad de familia materna: abuelos, primos, tías,
tíos-abuelos, primos segundos y parientes más que lejanos pero cercanos en
contacto. Es como si mi madre hubiese sido una Virgen María del siglo XX y nos
hubiese tenido a mi hermana y a mí por generación espontánea o por el deseo de
su mente superior. Pero ¡no!, hubo un padre que colaboró con sus
espermatozoides y que después desapareció cual íncubo medieval –y no, no creo
que mi hermana o yo tengamos poderes sobrenaturales a lo Merlín, el más famoso
hijo de íncubos-, que tuvo una familia y que esos familiares, mucho más
desconocidos para mí que los ancestros más lejanos de mi línea materna, también
tendrán algo que aportar a mi árbol genealógico.
Más allá de ver un obstáculo, en mi mente comienza a
fraguarse una idea vaga y difusa pero bien anclada en mi inconsciente:
averiguar lo máximo posible sobre mi familia. Toda mi familia.
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