Inauguro con este relato las idas de olla de la Orden del Pacto y sus invocadores, conceptos que inventé en mi primera novela y que me ha dado pie a desarrollar unos héroes, una ambientación sobrenatural y una guerra entre seres espirituales que bien valdría un juego de rol... pero esos son otras historias.
Hoy nos conformaremos con un cuento corto improvisado para conmemorar este fantástico Día de los Libros.
Pasos. Acercándose. Eco de pisadas en la
gravilla rebotando a su alrededor… Elisa levantó la cabeza de entre sus
rodillas para escudriñar la penumbra que la arropaba y a su vez mantenía al
mundo a salvo de ella.
Tiritó de miedo, pero no por ella, sino por
el peligro que representaba a cualquiera que se acercase. Se agazapó aún más,
queriendo mimetizarse con las piedras artificiales de la bucólica cueva del
parque urbano.
¿Elisa?
Se mantuvo agazapada, sin casi respirar.
Aquella voz… ¿acaso no era la grave y viril voz de Jorge, el nuevo profesor del
gimnasio? Imposible. Apretó las sienes entre las manos, escondiendo la cabeza
en las rodillas de nuevo, apretando bien fuerte los párpados para sumirse de
nuevo en la pesadilla y poder despertar de una vez por todas. Era eso o se
estaba volviendo loca como su tía Rosa, la que decía que podía hablar con los
animales de su granja.
Los párpados se le cerraban entre sordos gemidos
de cansancio, pero los abrió de par en par cuando las inquietantes imágenes se volvieron
a adueñar de sus pensamientos. No, otra vez no… ¿por qué veía aquello, por qué
sentía que su cuerpo ya no era suyo, sino el recipiente de algo horroroso que
la había invadido?
¿Elisa?
– volvió a escuchar un poquito más cerca.
¿Quién querría encontrarla? ¿Quién, si no
sabía quién era ella misma? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cuánto tiempo
había pasado desde… desde cuándo? Ni siquiera recordaba haberse levantado de la
cama esa mañana. Maldita sea… ni siquiera recordaba por qué su ropa era un lío
de jirones chamuscados, era incapaz de hilar aquellos delirantes recuerdos que
más parecían pesadillas para darles una explicación razonable.
Una sombra más oscura que la penumbra se
recortó ante ella. Una sombra bien torneada, enorme, que se fue acercando con
cautela hacia Elisa. Ella se escondió tras sus brazos, asustada. Solo quería
estar sola, perderse en la penumbra y desvanecerse como niebla…
No
voy a hacerte daño - susurró el profesor del gimnasio acuclillándose lentamente
– vengo a ayudarte.
Separó los brazos con
lentitud. Sí, era Jorge, el mismo profesor que las más discretas, como ella, se
comían con la mirada cuando él se daba la vuelta y que las más lagartas
directamente se le insinuaban entre clase y clase. Era absurdo, Jorge ni
siquiera sabía su nombre… ¿acaso volvía a delirar?
Nadie
puede ayudarme – sus palabras sonaron más desesperadas de lo que ella hubiese
querido, pero a esas alturas ya no le importaba – estoy perdiendo la cabeza
como mi tía Rosa. Vete…
Rompió a llorar al
verbalizar aquella realidad. Estaba loca, sentía que algo en su interior se
removía y se adueñaba de su voluntad como si fuese una poseída.
La caricia de la mano
de Jorge en su mejilla provocó un leve temblor en su labio. Incluso en la
penumbra, Elisa comprobó que los ojos de aquel tío bueno eran de color ámbar.
Nunca antes se había atrevido a mirarlo de frente, siempre soñando con él en la
intimidad de su habitación, suspirando entre las máquinas y las clases
dirigidas para toparse con él de frente. Y ahora, que ella era una piltrafa
humana, cuando quería desaparecer del mundo, ahí estaba él, buscándola a saber
por qué motivo.
Cuéntame
lo que te pasa, yo estoy aquí para ayudarte, Elisa.
Ella se dejó acunar y
se instaló entre sus brazos, primero con reticencia, después aliviada por tener
un hombro en el que llorar a moco tendido. Ya no le preocupaba tener el
maquillaje corrido, la ropa sucia y rota como si la hubiese encontrado en un
basurero, u oler a perros muertos tras un día olvidado que a saber por dónde
habría deambulado. Quizá era producto de su mente, una broma amable para que
abrazase la locura con más ganas. ¿Qué más daba? Soñaba que Jorge la abrazaba y
ella le contaría sus penas.
He
soñado que la casa de mis padres ardía, que yo escupía fuego por la boca y calcinaba
todo a mi alrededor.
¿Qué
hicieron tus padres para provocarte?
Ella lo miró aturdida. ¿Acaso se creía que
ella escupía fuego? ¿Y que había un motivo para ello? Él no apartó su mirada.
Hablaba en serio.
Me
dijeron que me llevarían al psiquiatra, tenían miedo por mis repentinos
episodios de amnesia esta última semana, decían que provocaba pequeños fuegos
en la casa con mi mirada y que maté a Lilu, la chihuahua de mi madre – una
desagradable imagen de las vísceras de la perrita le provocó una ligera arcada
– para comerme sus entrañas – miró de nuevo a Jorge, esperando una risotada, o
quizá una mueca de desesperanza – pero yo no recuerdo nada de eso…
Elisa,
escúchame bien – Jorge se sentó ante ella y cogió su cara fría con las dos
manos – no es culpa tuya, tú no estás loca ni lo has hecho conscientemente.
Escúchame – le giró la cara con determinación cuando ella desvió la mirada –
dime si hace poco ha pasado algo extraño, alguna anécdota algo… paranormal, o
alguna situación inexplicable.
Se esforzó en
recordar. Su vida había sido rutinaria hasta apenas una semana antes, justo
después de…
Hace
un par de fines de semana me fui de excursión. Comenzó a lloviznar y me refugié
en una cueva – miró a su alrededor – una como ésta, pero natural. Una lagartija,
quizá un lagarto, me mordió la mano. Sentí un escozor como si me hubiese
quemado, pero pronto pasó y no le di más importancia…
Sin apenas acabar la
explicación, Jorge ya había cogido su mano y la examinaba concienzudamente con
una pequeña linterna de mano. Ella se quedó en silencio notando el suave calor
de los dedos de él en el dorso de su mano. Era una sensación tan atrayente que
por un momento deseó vivir aquella situación en otro lugar, en otras
circunstancias. Una cita como Dios manda.
Elisa,
un espíritu muy poderoso te ha poseído porque eres un recipiente activo – la
miró seriamente y ella casi –casi- le pareció lo más coherente del mundo – el
espíritu de un dragón renegado.
Ahora
sí que me he vuelto loca del todo – rió con amargura – estoy delirando, imagino
que mi monitor del gimnasio me dice que estoy poseída por un dragón…
No
soy instructor de gimnasio, soy un invocador – la cortó él educadamente, aunque
sin concesiones a que desvariase – pero no hay tiempo para explicaciones. Simplemente debes
saber que yo puedo exorcizar aquello que ha invadido tu cuerpo porque hace
tiempo que ando tras sus pasos. Confía en mí, Elisa, y tu vida volverá a la
normalidad.
No había entendido la
mayor parte de los conceptos que Jorge le había nombrado, y aún así algo en su
interior le decía que podía confiar en él. Asintió levemente con la cabeza y
por primera vez, Jorge sonrió. Era una sonrisa preciosa, con dos hoyuelos junto
a las comisuras de los labios que Elisa tuvo ganas de besar. Pero en vez de
eso, se dejó guiar por Jorge, que la recostó en el frío suelo de la cueva y la
cubrió con su chaqueta y su jersey, quedándose con el torso desnudo, el
magnífico torso por el que muchas de las que asistían al gimnasio pagarían por
ver. Hasta ese momento no había sido consciente de lo helada que estaba, aunque
se calentó con rapidez ante la magnífica visión del profesor… ¿era aquello el
enorme tatuaje de un magnífico león en su espalda?
Jorge empezó a
susurrar una letanía de cadencia rítmica e hipnótica. Entonces lo notó. Algo se
removía violentamente en su interior, pero no era nada físico… algo empujaba su
alma a que saliera de su cuerpo, como un okupa que quisiese echar a patadas al
inquilino legal de una casa. Su cuerpo vibró con el rugido fantasmal de algo
que bien podría haber sido un dinosaurio de Parque
Jurásico cuando las oraciones de Jorge se hicieron más intensas. Sí, algo
luchaba por permanecer dentro de ella y se agarraba con garras y dientes. Elisa
gritó de dolor, parecía que la estaban desgarrando por dentro. Pataleó y se
removió en un vano intento de paliar el terrible sufrimiento. Se estaba
desgarrando, casi prefería morirse de una vez que contemplar sus tripas tiradas
en el suelo de una gruta.
Cuando creía no poder
soportar más padecimiento, éste acabó abruptamente.
¡Elisa,
respóndeme! – la voz de Jorge parecía lejana, pero ella sabía que era él quien
la ayudaba a incorporarse - ¡dime si estás bien!
Sí…
- logró murmurar, desfallecida.
Jorge la abrazó
fuerte, la apretó contra su pecho entre suspiros de alivio. Por muy débil que
se sintiese, Elisa quiso regalarse una sonrisa de satisfacción, ¡él la estaba
abrazando! ¿Acaso sólo por eso no valía la pena haber pasado por toda esa
locura?
Todo
esto es muy raro, Jorge.
Lo
sé, te lo explicaré mejor cuando hayas descansado – la levantó en brazos para
sacarla de allí y ella se sintió totalmente protegida – aunque lo mejor será
que olvides todo lo sucedido, por tu propio bien.
¿Mis
padres están a salvo?
Sí,
el fuego se ha achacado a un cortocircuito, pero tú no te preocupes por los
detalles, de todo eso nos encargamos nosotros.
Después
de esto… ¿seguirás siendo mi profesor en el gimnasio?
Él sonrió por segunda
vez y ella rodeó su cuello con los brazos, recostándose en su hombro. Había
estado al borde de la locura, del suicidio y quién sabe si del parricidio…
¿pero qué más daba? Parecía que todo se estaba arreglando como en las leyendas
y los cuentos. El héroe rescata al patito feo en apuros y la calabaza se
convierte en castillo…
El día comenzaba a
despertar. Los primeros puestos de rosas llamaban la atención de los
trabajadores más madrugadores que se dirigían a sus puestos con una sonrisa en
los labios. Mesas llenas de libros que prometían mil y una aventuras dentro de
sus páginas se agolpaban por las calles, pero ellos pasaron de largo de todos
esos reclamos. Ellos ya habían vivido la aventura de libro. Ahora era el
momento de deshojar la rosa del amor.
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